martes, 2 de noviembre de 2010

Triada de Mikerinos


La triada de Mikerinos está considerada uno de los más notables conjuntos escultóricos de la dinastía IV y del periodo menfita. Está datada a mediados del tercer milenio a. C. Corresponde al grupo formado por el faraón Mikerinos, la diosa Hathor y la divinidad del nomo de Cinópolis. Fue descubierta en 1910 por un equipo de arqueólogos del Museo de Bellas Artes de Boston, que estaba excavando el templo funerario de la pirámide de dicho faraón. Al lado derecho de Mikerinos se encuentra la diosa Hathor, con cuernos y el disco solar sobre su cabeza, y al lado izquierdo la del nomo de Cinópolis, portando su emblema.
En ella podemos apreciar características propias de la escultura egipcia, como son:
-Hieratismo, es decir, la rigidez con la que aparecen los personajes y por representar recta la línea de los hombros y de las caderas. Las figuras acompañantes sujetan familiarmente a Mikerinos, por el brazo, poniendo en ello una nota de ternura frente al hietarismo que domina toda la composición.
-Ley de la frontalidad: que consiste en representar el conjunto para ser contemplado de frente, preferentemente. En este caso es un grupo en altorrelive, no siendo figuras de bulto redondo.
-Canon: Las figuras están bien proporcionadas mostrando gran armonía entre sus partes, siendo el canon de la figura de 18 puños, distribuidos de la siguiente manera: dos para el rostro, diez desde los hombros hasta la altura de las rodillas y los seis restantes para piernas y pies.
La indumentaria es de gran sencillez, puesto que el faraón sólo está tocado con la corona Blanca real, porta barba postiza y un sencillo faldellín, o falda egipcia real. Las otras dos figuras visten una ajustada túnica casi transparente. El pie izquierdo adelantado, en las figuras de Hator y Mikerinos, que pasa así a un primer plano.
La escultura egipcia se realizaba en diversos materiales de diferentes durezas y texturas, con acabados pulidos y generalmente coloreados. Este conjunto está esculpido en pizarra.
Sorprende la perfección el refinamiento y detalle que conforman las fracciones del rostro, lo que hace suponer que debieron tener notable parecido con la realidad, pues en esta época, la IV dinastía, los ritos funerarios exigían la representación de los rasgos físicos lo más fielmente posible. Por todo ello, aquí, se manifiesta la típica combinación del gran realismo e idealización plástica, dentro de la concepción frontal y la rigidez formal.

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